Hablar de Leonardo da Vinci es adentrarse profundamente en el Renacimiento y reconstruir el personaje contextualizándolo en los albores de la revolución científica que transformará la visión del mundo moderno.
Leonardo tuvo una fortuna inmediata como pintor, pero con el tiempo fue apreciado por su extraordinaria personalidad.
Conversador hábil y afable, descrito por los historiadores como muy guapo, alto, bien vestido, incluso extravagantemente con ropa que él mismo diseñó, supo abarcar muchos géneros de interés humano.
A su alrededor nacieron leyendas, aún hoy nutridas, que encuentran fértiles aspiraciones en la interpretación de sus diseños.
Es imposible narrar en pocos minutos su rica y compleja existencia.
¡Pensando en lo que se ha escrito sobre él, no bastaría ni un día entero! Así que, hemos preferido narrar algunos detalles de su personalidad y de su gran genio.
Pensemos, por ejemplo a la primera obra de Leonardo.
Vasari, excelso historiador del siglo XVI, que se dedicó a las biografías de los más grandes artistas vividos entre el siglo XIV y XVI, relata que Leonardo, debiendo adornar un escudo de madera a petición de Ser Piero Da Vinci su padre, decidiò representarlo como efigie, un monstruo alado.
Para poderlo hacerlo más realista posible, unió distintas partes de animales e insectos muertos, como lagartos, langostas, serpientes, grillos,…sin siquiera darse cuenta del hedor que ellos emanaban, tanta era la pasión artística que lo movía.
Ser Piero, golpeado por el realismo de la obra, vendiò el escudo por cien ducati a los marchantes, que , a su vez, lo vendieron al Duque de Milán por trescientos ducati.
Esta fue la primera obra de Leonardo, de la cual se tiene noticia, obra que reveló su aptitud para combinar la imaginación y la observación, dote que lo acompañó durante toda su vida.
Leonardo es un joven diligente y complaciente, comprende enseguida que puede redimirse de la condición de hijo ilegítimo, que ya le había escluido de los estudios humanísticos, aprendiendo del Verrocchio a dominar las diferentes disciplinas artísticas: la pintura, la escultura, la orfebrería y la arquitectura, para poder frecuentar las más importantes cortes italianas a las cuales solo los mejores artistas podían acceder.
En breve tiempo, la habilidad de Leonardo supera la de su Maestro. Vasari relata tambien que Verrocchio, habiendo encargado el joven asistente Leonardo, de pintar uno de los ángeles del Bautismo de Cristo, se quedó estupefacto por la belleza del resultado, tanto para afirmar de no querer jamas tomar en la mano una brocha, casi resentido del hecho de que un niño supiese más de él.
Cuando Leonardo da Vinci deja el taller de Verrocchio Ludovico el Moro lo llama a Milán, donde Él, curiosamente, se presenta como excelente cantante y musico, llevando consigo una lira de oro y su arco, para tocar musica, y que él mismo había construido con la forma de una cabeza de caballo.
Comienza un período de intenso trabajo, no sólo artístico, sino también tecnológico y militar, Leonardo abre su taller rodeándose de jóvenes alumnos.
Uno en particular atrae su atención: el hermoso, vivo y turbulento Gian Giacomo Caprotti llamado Salaì, desde el termino Saladino que significa diablo.
Lo utiliza a menudo como modelo, parece ser precisamente él a dar el rostro, en los años siguientes, al San Juan Bautista.
Entre las diversas e importantes obras contratadas a Leonardo da Vinci en este período, resaltan por su originalidad, los equipos para las escenografias de las fiestas en la Corte de Palacio Sforza.
Una de ellas, para la celebración del matrimonio entre Gian Galeazzo Sforza y Isabella d’Este, es la Fiesta del Paraíso, en la cual los siete planetas en aquel tiempo conocidos giraban, interpretados por poetas que elogiaban la duquesa Isabella.
Mientras se dedica a la realización del famoso caballo, trabaja también en las decoraciones de la Sala de Asse del Castillo Sforzesco y al Cenáculo en el refectorio de Santa Maria delle Grazie.
Como gesto de reconocimiento para las diversas obras realizadas por Ludovico el Moro, recibe como don una viña de, aproximadamente, una hectárea, en la zona de Porta Vercellina.
Los acontecimientos históricos de los primeros años del siglo XVI, llevan Leonardo a pasar de una corte a otra: desde los Medici, señores de Florencia, a los poderosos Borgia de Roma, hasta los Amboise, nuevos gobernadores de Milán.
Amplía sus conocimientos en el ámbito de la arquitectura, urbanismo y de la hidráulica, planeando incluso nuevas soluciones para hacer navegables los Navigli de Milán.
En este período será acompañado por Francesco Melzi que se volverá uno de sus alumnos más fieles, permaneciendo con él hasta su muerte en Amboise.
Despues de la muerte de Giuliano de Medici, Leonardo acepta la invitación del Rey de Francia Francisco I, que le confiere el encargo de diseñar su nueva residencia real.
Luego el Rey de Francia ofrece a Leonardo una morada en el Castillo de Clos Lucè y un vitalicio, tenia por él una desmesurada admiración no sólo como artista sino también y sobre todo como filósofo.
El 23 de abril de 1519, Leonardo convoca el notario real Boreau, para dictar el testamento.
No deja nada a la casualidad.
Hace una descripción detallada de sus herencias y de cómo se deberá desempeñar sus exequias, como la elección de la iglesia de Saint Florentin en Amboise y el cortejo fúnebre que será abierto por el rector y el prior de la Iglesia, acompañados de 60 pobres, cada uno con una antorcha en la mano, cada uno de los cuales se pagarán 70 dinero tornesi.
Después de la ceremonia se celebrarán tres misas grandes y treinta bajas según el rito gregoriano. Cada Iglesia que celebrará la función recibirá diez libras de cera en velas gruesas.
Leonardo no le importa del dinero!. Es también el realizador de su funeral.
Muere el 2 de mayo de 1519.